03/05/2011 Las expresiones de jugadores y entrenadores son diferentes. Rostros tensos, miradas perdidas, labios apretados. Un Playoff de descenso provoca en el deportista sensaciones muy intensas, muy duras.
Miguel Panadés
Mientras los focos de atención se centran en los que juegan para ganar, para triunfar, la otra cara de la luna acoge a dos equipos que afrontan la batalla más cruel que puede ofrecer un maravilloso deporte como es el baloncesto. Hablan de la presión que invade a los jugadores cuando están en un Playoff de ascenso o en una final de cualquier campeonato. Se habla de miedo a ganar, de aquellos que demuestran valentía en los momentos claves de los campeonatos y muchas veces se olvida, quizás porque no se ha jugado o entrenado, lo que pasa por la cabeza del deportista, sea jugador o técnico, a la hora de afrontar un Playoff de descenso.
En primer lugar, para aquellos más implicados, existe una extraña sensación de culpabilidad por no haber sido capaz de hacer las cosas mejor durante toda la temporada. También los hay que esa sensación de culpabilidad la proyectan hacia los demás, ya sea el o los entrenadores, ya sean los directivos, ya sea incluso algún compañero. Los hay, los menos, que relativizan el drama y lo único que esperan es que todo acabe y se reabra el futuro con un nuevo proyecto deportivo. Son los menos, porque en general el deportista se implica con los cinco sentidos en el proyecto del club en el que trabaja y se siente responsable tanto de lo bueno como de lo malo. Y aunque quizás aparentemente lleve la situación con dureza y cierta frialdad, en su interior sufre y se deprime por esa sensación de frustración que provoca un descenso.
Palencia y Adepal están inmersos en esta experiencia y el sudor frío recorre las espaldas de Nacho Lezcano y José María Izquierdo, curiosamente dos entrenadores que vivieron puntualmente experiencias como técnicos de ACB nada menos que en equipos del prestigio del Joventut y Baskonia y que el destino profesional les ha llevado a encontrarse al frente de sendas misiones de alto riesgo y poca resonancia mediática. Curiosa circunstancia la que va invadiendo a los equipos durante una serie de Playoff de descenso ya que ese reto que al principio se afronta como un castigo va transformándose en un desafío deportivo cada vez más intenso y apasionante que incluso provocará que uno de los dos, el superviviente, celebre la salvación con la misma intensidad que aquellos que celebran la consecución de un título. Eso sí, el perdedor, el condenado al descenso, vivirá la peor de las sensaciones y lo hará en silencio, en soledad. Porque el deporte y su entorno es demasiado cruel con quienes fallan.
El otro Playoff me merece tanto respeto y atención como el que protagonizan los candidatos al ascenso. El otro Playoff reúne dos equipos, dos plantillas, un conjunto de deportistas que circunstancialmente se han visto envueltos en una situación límite. Son los mismos que en temporadas anteriores pudieron disfrutar de la otra cara de la luna, del reconocimiento del ascenso, de la ilusión por ser lo mejores en sus ligas. Son los mismos aunque en circunstancias diferentes. Para los más jóvenes de este enfrentamiento, una experiencia enriquecedora. Para los más veteranos, seguro, una experiencia que ya no hacia falta vivir.
Miguel Panadés
Mientras los focos de atención se centran en los que juegan para ganar, para triunfar, la otra cara de la luna acoge a dos equipos que afrontan la batalla más cruel que puede ofrecer un maravilloso deporte como es el baloncesto. Hablan de la presión que invade a los jugadores cuando están en un Playoff de ascenso o en una final de cualquier campeonato. Se habla de miedo a ganar, de aquellos que demuestran valentía en los momentos claves de los campeonatos y muchas veces se olvida, quizás porque no se ha jugado o entrenado, lo que pasa por la cabeza del deportista, sea jugador o técnico, a la hora de afrontar un Playoff de descenso.
En primer lugar, para aquellos más implicados, existe una extraña sensación de culpabilidad por no haber sido capaz de hacer las cosas mejor durante toda la temporada. También los hay que esa sensación de culpabilidad la proyectan hacia los demás, ya sea el o los entrenadores, ya sean los directivos, ya sea incluso algún compañero. Los hay, los menos, que relativizan el drama y lo único que esperan es que todo acabe y se reabra el futuro con un nuevo proyecto deportivo. Son los menos, porque en general el deportista se implica con los cinco sentidos en el proyecto del club en el que trabaja y se siente responsable tanto de lo bueno como de lo malo. Y aunque quizás aparentemente lleve la situación con dureza y cierta frialdad, en su interior sufre y se deprime por esa sensación de frustración que provoca un descenso.
Palencia y Adepal están inmersos en esta experiencia y el sudor frío recorre las espaldas de Nacho Lezcano y José María Izquierdo, curiosamente dos entrenadores que vivieron puntualmente experiencias como técnicos de ACB nada menos que en equipos del prestigio del Joventut y Baskonia y que el destino profesional les ha llevado a encontrarse al frente de sendas misiones de alto riesgo y poca resonancia mediática. Curiosa circunstancia la que va invadiendo a los equipos durante una serie de Playoff de descenso ya que ese reto que al principio se afronta como un castigo va transformándose en un desafío deportivo cada vez más intenso y apasionante que incluso provocará que uno de los dos, el superviviente, celebre la salvación con la misma intensidad que aquellos que celebran la consecución de un título. Eso sí, el perdedor, el condenado al descenso, vivirá la peor de las sensaciones y lo hará en silencio, en soledad. Porque el deporte y su entorno es demasiado cruel con quienes fallan.
El otro Playoff me merece tanto respeto y atención como el que protagonizan los candidatos al ascenso. El otro Playoff reúne dos equipos, dos plantillas, un conjunto de deportistas que circunstancialmente se han visto envueltos en una situación límite. Son los mismos que en temporadas anteriores pudieron disfrutar de la otra cara de la luna, del reconocimiento del ascenso, de la ilusión por ser lo mejores en sus ligas. Son los mismos aunque en circunstancias diferentes. Para los más jóvenes de este enfrentamiento, una experiencia enriquecedora. Para los más veteranos, seguro, una experiencia que ya no hacia falta vivir.
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