RFEF- Luis Arnáiz, Kiev (Ucrania) - 01-07-2012
La selección convierte su fútbol en magia, alcanza la triple corona, Euro 2008, Mundial 2010, Euro 2012, y supera a Italia con una facilidad pasmosa. El equipo nos devolvió a los mejores días de siempre, a las noches de felicidad absoluta de Austria y Sudáfrica, a la del ciclón imparable que no encuentra contestación.
|
Momento de levantar la copa en Kiev |
Frente al adversario al que nunca había conseguido batir en encuentro oficial; en la primera gran final entre los dos grandes, España e Italia; en el encuentro que podía presumirse como una posibilidad de desquite para la azul, tras lo de Austria; en el encuentro en el que la selección española podía hacer más historia de la que ya ha hecho; en el duelo en el que podía conseguir la triple corona, dos Eurocopas consecutivas, 2008 y 2012, más un Mundial por medio, 2010; en el encuentro que se presumía más difícil, después de un calendario que ha exprimido a los futbolistas; contestando a todos aquellos que han puesto en tela de juicio su inmenso crédito; en el partido que le medía a un adversario de enorme consideración, España, la de Austria y Sudáfrica, la de hace dos años y la de hace cuatro; la que nos desbordó de emoción y vio como las lágrimas de felicidad resbalaban por millones de rostros, ese equipo ha ganado la Eurocopa de Polonia/Ucrania con una exhibición de las suyas, en su mejor noche, con su mejor fútbol, soberano. Ha sido una enorme demostración del valor de un grupo, en estado de gracia, reencontrado consigo mismo, rotundo, desbordante y al que, además, el árbitro no ha señalado dos penaltis por mano de Bonucci y derribo de Balzaretti a Sergio Ramos.
Corría el minuto 14, y ya llevaba los 14 en pie Pepe Reina junto al banquillo, cuando Xabi Alonso cruzó un enorme balón de banda a banda, 70 metros o más, más o menos. Xabi había visto completamente solo a Arbeloa, al que no había seguido Cassano. El lateral español paró el balón, penetró con él, salvó a su defensa marcador en el último palmo de terreno y centró pasado. Era un centro para algún goleador especializado en el juego aéreo. Silva no lo es, pero saltó a por el cuero con una fe infinita, con Buffon claramente superado en el otro poste. David lo cazó y lo mandó el fondo del marco del viejo y grande Gianluigi. Era, si cabe tan pronto, el justo premio al fútbol inicial de un equipo redivivo, ilusionado e ilusionante, más fresco, que nos devolvía a todos, otra vez, a aquellos días felizmente inolvidables de junio de 2008 y julio de 2010.
La verdad es que esa imagen de fluidez, de regresar al tiqui taca con mayor rapidez, moviendo con más velocidad el balón, había empezado a plasmarse desde el primer minuto de juego. España combinaba con mayor dinámica que en otros partidos y salía pronto, velocísimo Alba, en su banda; muy cerca Piqué y Ramos, de Balotelli, aliviando cada uno a su compañero cuando el italiano cambiaba de posición; mejor Alonso que Marchisio, su pareja, y con Busquets, cerrando a Montolivo de cerca y Arbeloa, a Cassano, sin dudar. Lo que quedaba era, quizás, lo más importante del duelo, el encuentro entre Pirlo y Xavi, dos colosos del fútbol en el área de construcción. El gol cambió, sin embargo, los sesgos del duelo, que se preveía de ritmo corto y lento, lo que no quiso España y lo que obligó a Italia a acelerarse para remontar. La “squadra azzurra” apretó de firme hasta el descanso, pero sin gran peligro y con el ojo puesto en el retrovisor. En esa fase, a España le costó hallar el control del balón, que es el arma inequívoca de sus triunfos. A los 32’, un zapatazo de Abate obligó a Iker a una parada de las suyas, pero Pirlo aparecía poco ofensivamente, sorprendido por el adelantamiento de su pareja de la noche, el gran Xavi, quizás demasiado lejos el italiano de donde debía estar para crear sobresaltos, un error, puede, de su seleccionador. Con Pirlo alejado del área española, a Italia le faltaba cabeza en ataque, ver las jugadas, templar, serenarse, lo que le llevó a atacar a trompicones, en tromba, sin ritmo ni pausa. No es lo suyo. Y enfrente tenía, además, a Iker Casillas, al eterno Casillas.
Aunque las apariencias eran las que eran en esa fase para alegría de los espectadores ucranianos, volcados con el equipo inferior, Italia jugaba sobre el filo de la navaja, porque un contragolpe de España podía causarle un daño irreparable. Era un riesgo obligado y el equipo lo asumió gallardamente. España disfrutó de unos pocos contraataques que no concretó, dependiente de un último toque para resolver. A los 40’, sí lo hizo. La jugada de ataque empezó con Alonso, que vio a Xavi en excelente posición, sin marcadores de cerca. Xavi levantó la cabeza, oteó el panorama como un zorro experimentado, buscó pareja, se inventó un pase mágico, un balón exquisito, una cuchillada en las costillas desguarnecidas de la zaga italiana. Había observado que, por la izquierda, alguien aparecía como un rayo. No tenía atacantes puros de cerca de Xavi, pero sí un fórmula 1 de 600 caballos, el trepidante Jordi Alba, que superó en carrera a su defensa y golpeó magistralmente el balón en la salida de Buffon. El público ucraniano, volcado con Italia, enmudeció. Los “tifosi” se convirtieron en una tumba. No podía ser de otra manera.
Hay viejos modos con los que Del Bosque tiene poco que ver. O nada. Uno de ellos es el de encerrarse. No lo mandó cuando Francia buscaba el empate a uno. Ni cuando hubo que encarar la prórroga ante Portugal. En aquellos momentos dramáticos en los que muchos otros habrían optado por guarecer su marco, por asegurar su fútbol, el seleccionador mandó a los suyos en busca del triunfo. Lo consiguió ante Francia y achicó a Portugal hasta conducirle asfixiada al tiempo extra y así actuó España tras el descanso frente a la “squadra azzurra”. En los primeros cuatro minutos, el fútbol del mejor deshizo a la zaga de Prandelli y solo la fortuna impidió que marcaran Silva y Xavi y que aumentara el marcador un penalti de Italia con mano clarísima de Bonucci que no vio el colegiado.
Todo lo mejor que tiene esta España invicta en la Eurocopa, imbatida o poco menos desde hace cinco años y no sé cuanto más, ganadora de la triple corona, superlativa se puso de manifiesto ante un rival no entregado, pero enormemente inferior. España jugó con la solvencia del campeón, con el juego del campeón, tocando y saliendo, imponiéndose en todas y cada una de las suertes del fútbol, clamorosa en su superioridad, deliciosa en sus llegadas y aperturas, eclipsando a los mediocampistas italianos, desesperando a Balotelli, vencido y desasistido, con Cassano ya en la caseta. A la hora de partido, para colmo de males azules, Motta, que había saltado al campo a los 56’ para remediar lo que parecía absolutamente irremediable tuvo que abandonarlo cuatro más tarde, lesionado.
No fue la inferioridad numérica la que decidió la final y dudo que haya “tifosi” alguno que pueda apelar a ella. Desbordada donde se construye el juego, zona de la que fueron borrados Marchisio, De Rossi, luego Di Natale, siempre Montolivo, también Pirlo, Italia nunca mostró recursos suficientes para restar el aluvión de fútbol que le desbordó, conduciéndole a una muerte inexorable, a un marasmo que trocó al equipo de Prandelli en poco más que un espectador de lo que ocurría sobre el campo. España fue devastadora, marcó dos goles más, uno de Torres y otro de Mata, recién aparecido en el campo, a pase del “Niño”, cerrando así la noche de los prodigios, un día de leyenda para el fútbol y no solo para el nuestro, sino para el mundial, estupefacto ante lo que este grupo puede y sabe.